Andaba por la calle R. , y es que había adquirido un amor tan fuerte que inmediatamente me habían expatriado a la ciudad de los sin nombre, basta decir con esto que ni teníamos autoridades ni gobernantes en esta zona y la pura sobrevivencia era el modo de vida adaptado a fuerza. Solo nos llegaba material en descomposición de la capital y algunos cuantos productos que si por casualidad estaban en buen estado eran objeto de sangrientas peleas entre los demás expatriados.
Caminar por cualquier cuadra era demasiado peligroso y desde siempre había detestado los golpes y por consiguiente cualquier clase de conflicto, es por eso que momentáneamente me había hecho un espacio entre las cajas destrozadas y apestosas de la calle R.
-Eh, tú, ¡que la calle R. es mía!
Unos escuálidos dedos me oprimían sin fuerza el antebrazo, obviamente le habían quitado el chip de género pues no se le distinguía ni mujer ni hombre
-Disculpe, no lo sabía, soy un recién llegado. Pero si me permite quedarme podemos compartir el almohadón - me ofrecí solícito mostrándole la valiosa captura que había hurtado de los basurales.
-Ah, pero qué maravilla- sus dedos llenos de mugre se apresuraron a coger el material. Se lo frotó por la cara como si de seda se tratara.
Acepté el posterior silencio del andrajoso o andrajosa como una bienvenida a compartir el territorio.
Los días consecutivos a este episodio se desarrollaron en una enfermiza rutina que me recordaron a mis buenos tiempos en la capital, aunque claro, si lo pensara más a fondo tendría que aceptar que la única diferencia palpable entre mi existencia anterior y ésta era la limpieza. Habitaciones acondicionadas de acuerdo al cargo de cada sujeto, a la posición jerárquica y al beneficio que pudiera extraer el gobernador de uno.
No es que pasara carencia alguna como para decidir ser parte de los sin nombre, es más poseía un rango de suma importancia, era un político de renombre y prestigio, la mano derecha de Señora O., la gobernadora indiscutible del país puesto que su marido era un enclenque de hábitos sospechosos, tenía una asquerosa afición por los juegos y la estupidez. Se suponía que por eso se había hecho del gobierno, a los ciudadanos les fascinaba las historias truculentas que se publicaban quincenalmente en las revistas y periódicos, además en la etapa de elecciones habían pasado tantas notas de los anteriores romances del actual Gobernador de pacotilla con celebridades del momento, incluso había participado en un reality show televisivo con lo que se ganó la aprobación de la mayor parte del país.
La gobernadora O. fue por supuesto la que se hizo cargo de la gestión y yo me impliqué aun más en el ámbito político ayudándola en todo lo que fuera necesario.
Era respetado y eso me bastaba. Una vez llegué a escupir a uno de los secretarios de Señora O. por contradecirla en un tema bastante superfluo. El desdichado se echó a llorar como un niño.
Cabe recalcar que con el mencionado episodio me gané la total confianza de la Señora O. y pude obtener un cambio de domicilio al prestigioso Distrito Rendición, solo vivía allí la gente más ilustre. Enormes edificios que desafiaban las nubes se alzaban relucientes. Se me asignó en aquel entonces la habitación 90030 que tenía una vista panorámica al mar y asistencia humanoide como correspondía a mi nueva posición de mano derecha de la Gobernadora.
Se me ordenó desde luego un cambio de programación de apariencia física que resultara acorde con los integrantes de la Casa Luminosa, desde donde se emitían los proyectos de ley y demás cuestiones de suma importancia.
Era cuestión de imagen pública que todos los miembros del Estado se sometieran al cambio de apariencia , una medida puesta en práctica desde hacía tres siglos.
El señor Martinez era un claro ejemplo de lo drástico que podía ser el cambio, el había llegado a ser parte de la Casa Luminosa al mismo tiempo que yo, un hombre de descuidados cuarenta y cinco años que se veían reflejados en sus cabellos salpicados de grasientas canas nada favorables. Cuando reapareció, después de la nueva programación, lucía una piel radiante de quinceañero y el pelo negro ondulado y brillante, incluso le habían aumentado la estatura y estilizado las facciones de campechano. Ya no parecía él mismo.
En los días siguientes olvidé su rostro entre cientos de rostros iguales.
La Señora O. era la que usualmente presidía la sala de reuniones de gobernación, nosotros nos sentábamos en un semicírculo en asientos revestidos de cuero negro, solo cuando las cadenas televisivas venían a grabar sus tonterías era cuando Señora O. cedía su puesto para que su marido ejerciera al menos su cargo delante de las cámaras.
De más está decir que ni bien se retiraban los reporteros, abucheabamos al cretino ese, para complacencia de la Señora O. Sentía yo una especie de secreta satisfacción al maltratar al zoquete que se desmoronaba producto del alcohol ingerido. A veces la Gobernadora me dirigía una mirada afectuosa y se me encandilaba la sangre.
Recuerdo claramente que fue un día martes que terminamos la sesión a una hora temprana, los demás integrantes de la bancada del gobierno vigente se retiraban cuando me demoré un poco más de la cuenta ordenando unos documentos en el visor holográfico. La Señora O, tampoco se había retirado aún de la sala, estaba sentada en una postura regia, trataba de ignorarla haciendo acopio de mi más respetuoso silencio cuando se me acercó.
-Señor Rivera, buen cambio el que se ha operado en usted desde la reprogramación- a una distancia no menor de tres palmas me observaba expectante.
-Fue un cambio necesario - dije, medio avergonzado, había supuesto que el arreglo sería innotorio.
-Oh, no se inhiba, todos lo recibimos en algún momento de nuestra vida. Me sorprende que no haya pedido también un cambio en sus genes, está muy de moda desde que se aprobó la norma pro - modificación de genes.
Me sobé incómodo el frondoso cabello color caoba, ahora me arrepentía de haber ocultado mi calvicie con tanto pelo artificial.
-Ehhh... Lo meditaré - farfullé.
-Estupendo. Me supongo entonces que aprueba las modificaciones desde todo punto de vista. Me alegra eso, Señor Rivera, ha probado ser apto para realizar una importantísima misión en pro del Estado.
La Gobernadora O. tomó asiento inmediatamente y encendió el panel holográfico. Una increíble cantidad de palabras extrañas y dibujos de jeringuillas se extendió delante de nosotros.
Estaba realmente sorprendido.
-Primero asegúrese de cerrar la puerta. La conversación que tendremos es de suma relevancia.
Obedecí en el acto y fui a pasarme a su costado.
- Hay un laboratorio no registrado en la clínica B. que queda a cinco cuadras de la avenida Rendición - Me mostró unos planos tridimensionales de la construcción- Como ya sabe , la modificaciones a los genes se aprobó hace unos diez años, antes de mi gobierno.(...)
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Falta continuación.
-Sí, por supuesto, es algo conocido.
-Ahora bien, la parte confidencial del asunto es que desde hace ya más de un siglo hemos estado alterando genes de la población en favor del Estado. Debe saber que todo es a favor del Estado y sus ciudadanos. No puedo revelarle ahora qué tipo de modificación se ha operado en la comunidad punto que sería una violación a la confidencialidad del proyecto, que como ya debe entender , ha servido para obtener una convivencia pacífica a nivel mundial.
-Claro, claro,entiendo...
-Perfecto, entonces pasaré a explicarle su papel en lo que respecta a esta empresa. Hemos detectado éste laboratorio hace unos pocos días